jueves, 16 de abril de 2009

El consumo de drogas que esconden los profesionales de la salu

Médicos Adictos

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Por Francia Fernández

El consumo de drogas que esconden los profesionales de la salud
Médicos Adictos

Hace tres años un grupo de anestesiólogos creó un programa para rehabilitar a doctores adictos a medicamentos de uso laboral. El año pasado atendieron a ocho pacientes. Algunos de ellos conseguían drogas, como morfina y fentanyl, en los mismos hospitales. En Chile no hay cifras oficiales de este fenómeno; sin embargo, en países como España ya han tratado a 1.300 doctores en diez años. Una práctica que se esconde tras los delantales blancos.



En 2001, la paramédica Clara Troncoso apareció muerta en uno de los baños de pabellón del Hospital San José. Eran las cuatro de la madrugada y estaba de turno.

Dicen que la aguja aún le colgaba de un brazo. Habitualmente consumía morfina, pero por error se habría inyectado una dosis mortal de fentanyl, un opioide 80% más potente que la heroína.

A raíz de este caso, el entonces director del hospital, José Luis Contreras, quien estaba al tanto de que había otros funcionarios involucrados con drogas, consultó al Consejo Nacional para el Control de Estupefacientes (Conace), para implementar un programa de ayuda.

En medio de polémicas, que incluyeron acusaciones de Contreras contra el Ministerio de la Salud por "querer sepultar el asunto de la funesta cama 8" y "otros problemas administrativos", el médico salió del hospital y el programa quedó en nada. "Hubo resistencia de todo el mundo y fue una de las tantas razones por las cuales me despidieron", relata Contreras, quien actualmente dirige el Centro de Salud Familiar Edgardo Enríquez Frodden, en Pedro Aguirre Cerda.

En los seis meses que estuvo al frente del San José, el doctor también recibió dos denuncias de pacientes que "sintieron mucho dolor" durante operaciones a las que fueron sometidos, "porque los médicos no les ponían la anestesia que requerían e iban generando pequeños ahorros para consumo personal".

Paralelamente, panfletos anónimos que hablaban de un "supuesto abuso y uso de drogas en la UTI" rotaban por el hospital. "Se notaba más en la anestesia, pero había gente de todos los sectores en esto", sostiene Contreras. "Es una realidad bastante generalizada que nunca se ha enfrentado seriamente".

Recién en 2005, preocupados por la realidad que vivían sus colegas, un grupo de especialistas de la Sociedad de Anestesiología creó el Comité de Salud Ocupacional para solucionar el problema de adicción, principalmente a fármacos que los anestesistas tienen a mano.

Narcóticos que mitigan el dolor o calman situaciones estresantes, como demerol, morfina, sevofluorane y fentanyl. También benzodiazepinas y remedios para los nervios, como alprazolam y clorazepam, cuyo consumo, según los expertos, es superior en el mundo de la salud que en el resto de la población.

La comisión se acercó al Centro de Investigaciones y Asistencia a las Drogodependencias (CIAD), único organismo en Chile especializado en la rehabilitación de médicos adictos. "Nos dimos cuenta de que había personas que se estaban perjudicando", dice Juan Pablo Acuña, anestesiólogo del San José e integrante del comité. Junto con el CIAD, elaboraron un "protocolo de trabajo" que permite la rehabilitación de anestesistas con adicción a "medicamentos de uso laboral".

El tratamiento que brindan allí donde también atienden a doctores de otras especialidades dura un año. El paciente pide una licencia y firma un protocolo que implica etapas. Primero se interna y se desintoxica durante un mes. Y luego comienza una terapia con un equipo multidisciplinario. Durante el proceso de reinserción laboral, que puede durar hasta cinco años, lo acompaña un tutor.

"La idea es que trabajen en lugares donde estén más protegidos y haya más sistemas de regulación. Una vez que están en este nivel, nos coordinamos con las autoridades del centro hospitalario, con los colegas y los trabajadores que están alrededor de él, y procuramos que se cumplan ciertas normas de seguridad para disminuir el riesgo de una recaída", detalla Acuña. Entre otras cosas, el médico debe someterse a exámenes de orina cada vez que ingresa al pabellón o que hace turno.

PACIENTES DIFÍCILES

A los médicos les cuesta pedir ayuda, y si lo hacen preguntan por los síntomas que padecen un pariente o un amigo, cuando en realidad se refieren a su propia enfermedad. Esto se acentúa si el trastorno es de tipo mental o adictivo.

"Una persona con adicción cree que no se le nota o que no está con mayores dificultades. Es un problema añadido para los médicos, ya que al tener conocimiento creemos que podemos controlar la situación", dice Humberto Guajardo, director del CIAD y quien además encabeza la Unidad de Adicciones de la Facultad de Medicina de la Usach.

Según datos internacionales, se estima que entre 10 y 12% de los médicos en ejercicio puede padecer conductas adictivas o una enfermedad mental que afecta su desempeño laboral y favorece la mala praxis. En Chile no existen estadísticas oficiales; sin embargo, médicos consultados para este reportaje señalan que las cifras variarían entre un cinco y un 14%.

El estrés laboral, los turnos, el desplazamiento de un lugar a otro, la falta de sueño y la sobrecarga de trabajo favorecen las adicciones en los médicos. Y, por supuesto, el fácil acceso a las drogas. Sobre todo, además de la anestesiología, en especialidades como cirugía y obstetricia.

Aunque los cambios en el comportamiento y el ausentismo laboral alertan sobre una posible adicción, es el control de fármacos que sólo se consiguen con receta el método más utilizado para captar profesionales enfermos. La detección es difícil porque en el pabellón son los médicos quienes administran la anestesia. Y siempre hay formas de burlar este tipo de controles.

La mayoría de las veces, los compañeros de trabajo se encargan de denunciar al médico afectado. "Como cualquier adicto, la negación es lo más frecuente", dice Acuña. "Muchos aceptan el tratamiento bajo amenaza profesional. No como en Estados Unidos, donde quitan la licencia si el médico no se trata. Allá, la adicción es enfrentada como enfermedad laboral y en cada estado hay un centro para trabajadores de la salud con algún tipo de adicción o enfermedad siquiátrica. Todo está regulado".

Los anestesiólogos, en particular, tienen alto riesgo de recaída. "Ellos manipulan estas drogas; es como que una persona se haga una rehabilitación de alcohol, pero siga trabajando en una botillería o en un bar", ilustra Guajardo. Según dice, el año pasado en el CIAD atendieron a ocho doctores.

Número curiosamente ínfimo, si se toma en cuenta que en el país hay unos 22 mil médicos y 850 de ellos son anestesiólogos. En España, en cambio, donde llevan la delantera en el tratamiento de adicciones en trabajadores de la salud pública, gracias al Programa de Atención Integral al Médico Enfermo (PAIME), ya trataron a 1.300 doctores y 450 enfermeras, en diez años.

Cuando en 1998 se descubrió que el anestesista Juan Maeso contagió de hepatitis C a 276 personas en Valencia, en ese país se desató una verdadera catástrofe sanitaria. Era adicto a la morfina intravenosa y se administraba analgésicos opioides antes de darles el resto a los pacientes, utilizando la misma jeringa. Cuatro personas murieron. Él fue condenado a 1.933 años de prisión.

"Si ya estás liado necesitas tomarte tu dosis cada tantas horas y cada droga tiene sus efectos. Algunas te excitan y te crees el rey del mundo, y en cambio otras te deprimen el sistema nervioso y te entra sueño, pierdes reflejos, estás aturdido. Esto es fatal", apunta el doctor Antoni Arteman, gerente del PAIME.

En el CIAD admiten que han tratado situaciones de alto riesgo. "Personas que se inyectan más allá de lo prudente. Ellos mismos lo cuentan una vez que se han desintoxicado". Cuadros de sobredosis no es algo que recuerden en el Ministerio de Salud, "pero sí casos de problemas con alcohol o drogas ocurren todas las semanas", indica Alfredo Penjean, siquiatra del Departamento de Salud Mental. "Personas que tienen problemas familiares, económicos, laborales, como cualquier adicto. La frecuencia tal vez sea mayor que en la población general".

Pero las drogas no son sólo parte del mundo de la salud. "No hay ningún sector de la sociedad que pueda decir aquí no hay drogas", dice el siquiatra Guajardo. Hasta su consulta, por ejemplo, también llegan abogados, arquitectos e incluso sacerdotes.

"Si existe esto entre los médicos es criticable y repudiable", opina Juan Luis Castro, presidente del Colegio Médico. "Nosotros jamás vamos a tolerar esto. No está en nuestros principios ni en nuestros estatutos. Nada que no sea proteger a la población y cumplir un rol ético con los profesionales".

TABÚ

Tanto en España como en Chile coinciden en que la adicción del personal médico es un tema tan antiguo como la medicina. Pero en el caso chileno, sólo los anestesiólogos han tomado cartas en el asunto a nivel de organización.

La adicción es un tema tabú, no se discute ni se enseña en las escuelas de medicina, por ejemplo, a pesar de que "en ellas hay un problema de alcohol y drogas muy importante en las generaciones que ingresan", según observa Guajardo.

Probablemente, el miedo a ser identificado y a perder el prestigio profesional son las razones para que la enfermedad se lleve en silencio. "Esto dificulta mucho la detección precoz y el tratamiento", afirma el doctor Acuña.

Hasta el momento, el Ministerio de Salud no ha diseñado una política específica al respecto. "Normalmente se investiga y a veces se hace un sumario. Pero la práctica es más bien ayudar. Lo que uno ve es personal con problemas de alcoholismo y adicción a las drogas a todo nivel: en pabellón, farmacias, laboratorios", señala Penjean. "Es un tema que se maneja caso a caso, en cada establecimiento".

A los médicos practicantes se les suspende la formación y se les permite tomar otra especialidad. O se les congela la beca. O se toman medidas para salvaguardar a la persona y a los pacientes, cambiándolos de un lugar de trabajo a otro.

LO QUE CUESTA

La población de doctores adictos se concentra, según datos españoles y chilenos, en la franja de los 40 a 55 años. La media de los casos que observan los anestesiólogos locales en pabellón es de 35 años. De nueve especialistas adictos, sólo uno es mujer.

Muchos comienzan a consumir drogas en su etapa universitaria, tomando anfetaminas para estudiar de noche. Cuando consultan, ya cuentan con un largo historial. "Llegan muy angustiados, con efecto de droga. Hay distintos síntomas que aparecen. A veces están agresivos", detalla Guajardo. "O han perdido el trabajo, la familia. Y todo cuesta mucho más porque el soporte familiar y laboral ya no están", acota el doctor Arteman.

Tratar una conducta adictiva en España cuesta unos seis mil euros por paciente. Un 80% lo cubren los gobiernos regionales y el 20% restante el Colegio Médico, ya que el sistema de salud es público. En Chile, el valor aproximado es de 450 mil pesos mensuales por un programa intensivo de lunes a viernes. Esto no incluye la desintoxicación, que debe hacerse en una clínica.

Como formalmente la adicción no es considerada una enfermedad laboral, "no hay protección desde el punto de vista del empleador, ya sea el Ministerio de Salud o una clínica. El único resguardo es que los médicos tienen una previsión. Están en una isapre y ésta cubre la adicción", explica el doctor Acuña.

"Ahora, el costo económico es una cosa secundaria, porque es mucho más grave tener un médico, una enfermera o un paramédico muertos, debido a la adicción, o una complicación de un paciente por causa de este trabajador de la salud", subraya.

Acuña dice que un 60% de los médicos adictos a algún tipo de droga se rehabilita. "Su recuperación es mejor que la de la población general. Eso está estudiado. Tienen mayor acceso a un tratamiento y, una vez que se dan cuenta, toman mayor conciencia que el resto".

Lamentablemente, no se sabe cuántos otros transitan por los pasillos de clínicas y hospitales, y sin tratamiento.

Las copas de Pinto

En enero pasado, la Fiscalía Oriente obligó al doctor Humberto Pinto a pagar una multa de 150 mil pesos y a realizar dos horas semanales de trabajo gratuito en un hospital público, luego de que se determinara que atendió un parto en estado de ebriedad.

Todo comenzó en la Clínica Tabancura, el 29 de septiembre de 2007, cuando la argentina Elizabeth Corzo (26) estaba a la espera de un parto inducido, luego de que los exámenes que le practicaron indicaban que su bebé había fallecido. Su médico de cabecera se encontraba en un asado, e ingresó a pabellón a las 19:30 horas. A la salida, mientras informaba a los familiares de Corzo que ella se encontraba bien, éstos percibieron un hálito alcohólico, y luego lo denunciaron a Carabineros.

La alcoholemia arrojó 1,08 gramos de alcohol en la sangre. Pinto arriesgaba una multa de una a cuatro UTM, pero, finalmente, se realizó una suspensión condicional del procedimiento y se tomaron las medidas antes mencionadas. Paralelamente, el médico fue suspendido de sus funciones en la Clínica Tabancura, donde trabajó durante 15 años.

LND trató de contactarse con Pinto, así como con Felipe Court, director subrogante de la clínica, para saber si se trataba de una conducta reiterada o sólo de un caso “excepcional”, pero no recibimos respuesta.

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