jueves, 19 de abril de 2012

Alertan brote de bacteria en Posta Central

Alertan brote de bacteria en Posta Central: Médicos del centro asistencial denunciaron el hecho del cual 'no quieren ser cómplices'.

Denuncian muerte de 36 personas por brote de bacteria en Posta Central

Denuncian muerte de 36 personas por brote de bacteria en Posta Central Los médicos del recinto reclamaron irregularidades y falta de respuestas por parte de las autoridades frente al brote del microorganismo que ha dejado un total de 186 pacientes infectados. Tercera - 19/04/2012 - 01:47 comunicado emitido por los médicos de la Posta Central Médicos del Hospital de Asistencia Pública (Posta Central) denunciaron irregularidades al interior del recinto, luego que se consignara que desde julio de 2011 a la fecha, 186 pacientes han contraído la bacteria Clostridium Difficile, que ha causado infecciones intrahospitalarias y ha provocado la muerte de 36 personas, aunque señalan que las causas de fallecimiento habrían sido por otras patologías. Según informó el noticiero Medianoche de TVN, los profesionales denuncian falta de respuestas por parte de las autoridades y una "mala gestión" que derivó en este problema. "Estamos cansados de esperar que las autoridades actúen. (...) No somos responsables de esta mala gestión que se ha agravado en el último tiempo", expresó el médico Ricardo Peña, quien además no descartó la posibilidad de una renuncia masiva de trabajadores del recinto asistencial. Además, en un comunicado resaltaron que "no quieren ser cómplices" de esta situación. Cabe recordar que los pacientes infectados por este microorganismo fueron aislados en el sexto piso del recinto, donde han presentado malestares como dolores intestinales y deshidratación aguda.

Denuncian que 36 pacientes han muerto contagiados con bacteria en la ex Posta Central

Denuncian que 36 pacientes han muerto contagiados con bacteria en la ex Posta Central Jueves 19 abril 2012 | 1:23 Publicado por Erasmo Tauran · 1278visitas NOTICIAS RELACIONADAS Familiares de los 14 contagiados con bacteria en Posta Central acusan falta de medidas sanitarias Anuncian inicio de las obras en Posta Central para el primer trimestre del 2012 Un hombre muere tras esperar 12 horas por atención en la Posta Central de SantiagoLa denuncias por la presencia de una epidemia intrahospitalaria en el Hospital Urgencia Asistencia Pública (ex Posta Central) escalaron a la grave cifra entregada por los propios médicos del recinto. Los facultativos afirmaron que desde julio del 2011, al menos 186 pacientes han sufrido el contagio de la bacteria Clostridium Difficile. De ellos, 36 han muerto, “aunque la causa de muerte sea multifactorial”, señalaron en un comunicado. El último fallecido se registró sólo este martes. Indicaron que los infectados se presentan en el sexto piso del edificio y que sólo durante abril, 23 personas se han contagiado, atribuyendo su expansión “al hacinamiento asistencial, déficit de infraestructura, falta de personal calificado e insuficiencia de la red”. Los médicos advirtieron que pese a las medidas adoptadas, el contagio ha aumentado desde marzo. Agregaron que están cansados de lidiar con esta situación, no descartando presentar su renuncia. “La comunidad médica de nuestro centro no quiere ser cómplice de esta situación”, afirmaron. A comienzos de abril se reveló la existencia de este contagio en el recinto asistencial, cuando familiares de los afectados denunciaron graves falencias sanitarias en el edificio. Comunicado de los médicos de la Posta Central

miércoles, 18 de abril de 2012

Mujer promotora del parto en el hogar muere al dar a luz un hijo en su casa.

La defensora de los partos en el hogar, Caroline Lovell, ha fallecido mientras daba a luz a su hija en su casa, según informa el diario 'Daily Mail'.
Lovell, de 36 años, sufrió un paro cardíaco mientras daba a luz a Zahra en su casa. Fue trasladada al hospital, aunque no pudieron hacer nada por ella, pero la pequeña ha sobrevivido.
La tragedia ocurrió el pasado 23 de enero en su casa de Melbourne y, con ella, se ha reabierto el debate sobre los partos naturales en casa. Lovell había hecho todos los preparativos para dar a luz a su hija, pero una complicación durante el parto hizo que su corazón se detuviera.
Cuando los médicos llegaron a su casa Lovell estaba ya muy grave. La mujer tenía dos hijas, Lulu de tres años y la recién nacida, Zahra, y a su marido Nick.
Una de las matronas que asistía a Lovell aseguró que la causa de su muerte podría haber sido una hemorragia, aunque los hechos aún se están investigando.
La mujer se había pasado media vida presionando al Gobierno asutraliano para conseguir ayudas estatales para las mujeres que querían tener a sus hijos en casa. "La vida estará en peligro sin la ayuda de matronas adecuadas por parte del Estado", decía en una de sus cartas dirigida al Gobierno.
"Personalmente, estoy muy sorprendida y avergonzada de que el parto en casa no sea una libre elección de la mujer que quiere dar a luz en su entorno". añadía.
Desde 2009 realizó diversas quejas y escribió muchas más cartas dirigidas al Ejecutivo australiano para solicitar que las matronas que atienden partos en casa estuvieran regladas, financiadas y tuvieran protección legal, como sucede en otros países.
Fuente: elmundo.es

Filosofía de la enfermedad: vulnerabilidad del sujeto enfermo

Arch. argent. pediatr. v.105 n.2 Buenos Aires mar./abr. 2007


Filosofía de la enfermedad: vulnerabilidad del sujeto enfermo
Dr. Gonzalo Pérez Marc*

* Servicio de Pediatría del Hospital Francés.

Correspondencia: gperezmarc@yahoo.com.ar

La enfermedad como representación múltiple

Intentar precisar el concepto de enfermedad mediante una definición única y abarcadora es, desde el inicio, una empresa sumamente dificultosa. No sólo por las múltiples concepciones existentes, según la disciplina desde la que se afronte su análisis, sino también debido a la multiplicidad de marcos teóricos desde los que es posible llevar a cabo dicha investigación. La disparidad existente al respecto, no sólo entre diferentes sociedades o culturas, sino incluso entre diferentes agentes relacionados, implica la necesidad del reconocimiento de variadas posibilidades de estudio.
La caracterización de la enfermedad puede realizarse desde múltiples perspectivas, que, en ciertos casos, se complementan y, en otros, se oponen de manera irreconciliable. Sin duda, todos coincidiríamos en que no es posible equiparar la concepción que el enfermo tiene sobre su propio padecimiento con la del médico que lo trata. Sin embargo, ambos agentes podrían sostener percepciones similares de lo que implica "sentirse enfermo" o sobre cómo sería más beneficioso "acompañar" a una persona enferma.
La forma elemental de la enfermedad difiere de manera notable según se distinga su carácter objetivo o su carácter subjetivo. El paciente y el médico son quienes más se relacionan con la primera de las concepciones: el paciente es el portador de cierta patología psicológica u orgánica que debe ser objetivada mediante diferentes estudios y análisis requeridos por el médico. En una segunda instancia, este último instaurará un tratamiento determinado e intentará, en una tercera instancia, objetivar también los resultados obtenidos con dicho tratamiento.
Sin embargo, si bien es cierto que el enfermo presenta ciertas alteraciones orgánicas pasibles de ser evaluadas en forma objetiva, tampoco es menos cierto que la percepción de ese fallo (o carencia, o defecto) es del todo subjetiva. No sólo el dolor o la angustia son experiencias que el enfermo asimilará y expresará de manera absolutamente personal, sino que también deberá asumir el rol que su propia sociedad (que incluye al médico tratante) le asignará en su carácter de "persona enferma". Es este carácter subjetivo -desarrollado y sostenido en mayor medida por la sociedad en su conjunto- el responsable directo de la construcción de una metáfora de la enfermedad que influirá sustancialmente en su evolución.
Afección, dolencia, padecimiento, indisposición, mal, trastorno, daño, son todos sinónimos con los que se describe a la enfermedad de forma elemental en los diccionarios generales y en los libros de empleo exclusivamente médico.
En muchos de estos últimos, simplemente no se define a la enfermedad como entidad, sino que sólo se alude al enfermo en cuanto "paciente que se relaciona con el médico". Es notable que en todos estos libros (manuales de medicina clínica, diccionarios médicos, revistas de divulgación científica) el médico sólo se enfrenta a la enfermedad únicamente a través de la mediación que representa el paciente enfermo. Se comprende, entonces, que no haya interés de introducir al lector en el conocimiento de la patología en sí misma, sino sólo en la relación que aquél debe sobrellevar con quien la sufre: son múltiples las consideraciones acerca del ideal respecto de la práctica del arte de curar.
Sin embargo, la casi totalidad de las referencias a dicha práctica médica se centran en la enfermedad como "versión", "afección" o "vivencia" del paciente, sin mención alguna sobre el vínculo que el profesional tratante pueda tener con ésta, ya sea en tanto sujeto expuesto a sufrirla, cuanto a espectador privilegiado del padecimiento ajeno. Este trabajo intenta proponer a la enfermedad como un concepto múltiple, que incluye aspectos necesariamente relacionales: enfermedad-paciente, enfermedad-médico, enfermedad-sociedad y sociedad/ médico-paciente. Todos ellos son díadas con una dinámica intrínseca sustentada en rasgos particulares que afectan la estructuración de la identidad del sujeto enfermo. Es precisamente esta articulación la que intentaremos explorar y describir en este trabajo.

Las formas elementales
En su libro Antropología de la Enfermedad1, François Laplantine postula formas elementales de la enfermedad y de su curación. A las primeras las denomina "modelos etiológicos", a las segundas, "modelos terapéuticos". Luego de su lectura se hace evidente la necesaria correspondencia, en casi todos los casos, de un modelo etiológico con uno terapéutico. La relevancia de esta clasificación estriba en que cada uno de los modelos describe a la perfección la tensión existente entre dos formas determinadas de comprensión de la enfermedad. Los agentes están dados, no sólo por el enfermo y su médico, sino también por la totalidad de la sociedad dentro de la cual se desarrolla la relación entre los anteriores. Laplantine distingue diferentes representaciones de la enfermedad que se enfrentan conceptualmente:
1. La enfermedad -y su naturaleza física- como centro de la medicina (modelo ontológico), en contraposición a las medicinas enfocadas en el hombre enfermo (modelo relacional o funcional).
2. La enfermedad como intervención exterior o extrañeza del sujeto (modelo exógeno), en oposición a la concepción de la enfermedad con origen en el propio individuo (modelo endógeno).
3. La enfermedad como enemigo positivo (modelo aditivo) o la enfermedad como carencia (modelo sustractivo).
4. La enfermedad percibida en su sentido negativo (modelo maléfico) frente a la experiencia mórbida como valor positivo (modelo benéfico).
Si bien, como afirmáramos, Laplantine describe exhaustivamente a los modelos terapéuticos, también es cierto que estos últimos están determinados casi en su totalidad por los modelos etiológicos. Dice el autor: "En efecto, se estima que para intervenir con eficacia y perdurabilidad, se debe conocer previamente la causa de la enfermedad. El proceso lógico -que consiste en identificar y designar con claridad al adversario, hacerlo nominalmente responsable de la enfermedad- es de lejos, obviamente, lo más tranquilizador tanto para el espíritu humano como para el grupo social"1 Es por esto que nuestro análisis se centra exclusivamente en la enfermedad en cuanto representación múltiple, que admite la necesaria influencia de la instauración de un tratamiento particular en cada caso, pero que lo relega a un lugar secundario en su construcción. Esta representación múltiple, no sólo involucra las posiciones asumidas por el paciente, el médico tratante y la sociedad que los incluye frente a la patología orgánica o psicológica, sino también las diversas etapas o fases que el enfermo atraviesa en el devenir de su enfermedad. La multiplicidad no está dada sólo por la cantidad de los agentes, sino también por la calidad de relación del agente principal con su experiencia mórbida.

Identidad y enfermedad

La cuestión de la identidad se ha desarrollado de muy diversas formas en la filosofía contemporánea. El debate principal ha girado, quizás, en torno a la noción de "identidad personal". Al respecto, Amélie Rorty describe las cuestiones sobre las que se centran actualmente las principales controversias: el análisis de la diferenciación de las categorías, de la diferenciación entre los individuos, y de identificación y reidentificación de las personas. Esta autora alude a la noción de "identidad esencial" constituida por aquellas características personales que "identifican a una persona como siendo por esencia lo que es".2 Descripta, tanto acerca de personas individuales como de grupos humanos, se encuentra ligada necesariamente a las contingencias históricas, sociales y políticas. Al igual que otros autores (Ricoeur, Arendt), Rorty entiende como requisito primordial (pero no exclusivo) en la mayoría de las culturas, a la continuidad espacio-temporal del individuo. Pero toda identidad es también el relato de esa temporalidad. Según Arfuch, el proceso del devenir del sujeto se define por nuestra utilización de los recursos discursivos: el lenguaje, la historia y la cultura estructuran una narración, una representación en el tiempo del individuo. La acción y el discurso son los elementos a partir de los cuales los hombres revelan quiénes son: su identidad está implícita en sus palabras y sus actos.
Sin dudas, la reflexión acerca del carácter narrativo de la identidad alcanza su punto más alto en la obra de Paul Ricoeur. En su libro Sí mismo como otro, la indagación involucra al propio proceso de individualización del sujeto, explora cómo se posibilita el reconocimiento del "sí mismo" al estar atravesa do por esa "otredad" que implica la temporalidad. La identidad se construye como una bipolaridad dialéctica entre dos modelos de permanencia temporal del individuo: a) la identidad concebida como un conjunto de disposiciones durables que distinguen a una misma persona (carácter), y b) la identidad en tanto fidelidad a sí mismo, constituida como la capacidad de "mantenerse" en el transcurso del tiempo. La resolución del problema le proporciona la identidad narrativa: es ésta la que resuelve el dilema entre la identidad entendida en el sentido de un mismo (ídem) y la identidad entendida en el sentido de un sí mismo (ipse).
Así, es la dimensión narrativo-discursiva-literaria la que configura a la identidad. El lenguaje es necesariamente dialógico,3 en cada enunciación el sujeto "comparte" el lenguaje con siglos previos de enunciaciones. Todo lo expresado es dicho en un contexto histórico y social que forma parte de un devenir constante. Esa multiplicidad de voces es la que permite a Arfuch introducir a la otredad en el "corazón mismo del lenguaje".4 Es evidente que entonces la construcción de la identidad no puede menos que sustentarse en la diferencia que ese otro partícipe de mi lenguaje me impone. Se abre de esta manera todo un nuevo terreno a explorar: ¿cómo es que se constituye la identidad del sujeto enfermo, teniendo en cuenta esa doble experiencia de otredad que implican las relaciones sujeto-enfermedad y sujeto-cuerpo?

Identidad narrativa e historia clínica

Si comprendemos entonces a las personas como entes sociales e históricos cuya formación de la subjetividad es eminentemente narrativa, no podemos dejar de soslayar el papel que juega la historia clínica en la conformación de la identidad del sujeto enfermo. Al fin y al cabo, la estructura narrativa de la identidad se construye mayormente alrededor de la pregunta ¿quién es?: su respuesta no es sólo el relato que ese quién lleva adelante, sino también aquel concebido por los demás (por la sociedad en pleno) acerca de él. Y en el caso del enfermo -fundamentalmente en el de los enfermos graves o crónicos-, esa narración se conforma, en gran medida, a partir del registro escrito u oral de toda la progresión de la patología: la historia clínica. Esta es de carácter exclusivamente formal y se encuentra regida por una normatividad que el enfermo habitualmente ignora y que la determina en su legalidad. Aun más, la multiplicidad de agentes participantes y, en muchos casos, responsables de la continuidad de este registro, acrecienta de forma notoria la "distancia" existente entre la persona enferma -aquí, personificando a la perfección su rol de paciente- y la narración formal de su carácter de enfermo.
¿Qué es lo que sucede, entonces, con un individuo acuciado por una enfermedad cuyo relato particular es trazado por otros? ¿Qué posibilidades le caben a este individuo en este nuevo camino de identificación, de constituirse en un sujeto moral capaz de "controlar" la progresión de su propia historia de vida?
La historia clínica es un documento que incluye necesariamente la anamnesis realizada por el profesional de la salud al paciente (que en casos como los de la psicología y la psiquiatría depende fundamentalmente de éste), pero es escrita y concebida casi en su totalidad por los médicos. Esta "ausencia" del sujeto en el proceso de conformación de su narración clínica llega al extremo de la sustitución de uno por otro: son frecuentes las ocasiones en que un médico descree de la palabra del paciente porque ésta no concuerda totalmente con lo documentado antes por otro profesional en la historia clínica.
En estas situaciones, el enfermo advierte no ya su extrañeza respecto al relato, sino que éste se contrapone a su propia historia: la escisión es aquí completa. El que el sujeto va a ocupar el sitio de coautor y no el de autor en esa dinámica que implica su relación con su propio relato en tanto enfermo: la historia clínica, relato pormenorizado de la relación sujeto-enfermedad, no es "escrita" por el sujeto en ningún caso. Éste constituye, en última instancia, sólo el agente de todo el proceso. Sus consecuencias no son menores; el enfermo no puede sino comprender que la propia noción de pertenencia de sus experiencias a sí mismo entrañan un sentido ambiguo: su historia de vida se ha visto afectada trascendentalmente por la enfermedad pero la construcción de esta nueva historia, la narración de su identidad modificada, no recae en sus propias manos sino en las de una multiplicidad de autores que lo determinan ahora de forma novedosa.
La identidad narrativa representa la integración de las acciones del sujeto en un proyecto global, en un plan de vida. Es este último el que necesariamente se ve modificado durante el padecimiento de una enfermedad invalidante o de gravedad potencialmente mortal. En este contexto, la redacción de la historia clínica por parte - exclusiva- de los médicos, habitualmente caracterizada por su rigidez y distancia con respecto al paciente, no hace más que acrecentar la sensación de éste como agente y autor secundario de su propia historia. Llegado a este punto, el sujeto enfermo se encuentra en un estado de indefensión absoluta, librado casi totalmente a la voluntad de los profesionales tratantes quienes, en general, no son conscientes de la situación y por ende no llevan a cabo acción alguna tendiente a revertirla. Este proceso determina la conformación, por parte del sujeto sufriente, de una identidad particular atravesada por la enfermedad y sustentada por la extrañeza respecto del propio relato de su reciente "vida enferma".

Rasgos constitutivos comunes

Hemos progresado hasta proponer la existencia de una identidad determinada del sujeto enfermo crónico o grave. Sin embargo, nada hemos dicho acerca de las características específicas de esta identidad, ni del porqué del estado de indefensión en que se ubica al individuo que la experimenta. Si bien cada caso particular es incontrastable con otro, creemos que existen rasgos esenciales comunes que constituyen de forma dinámica la identidad del sujeto enfermo. Describiremos tres rasgos principales: el rasgo clínico, el rasgo metafórico y el rasgo tecnológico.

El rasgo clínico

Definimos al rasgo clínico como la articulación dialógica entre objetividad y subjetividad representadas, en su aspecto objetivo, por la enfermedad en cuanto afección orgánica o psicológica, y en su aspecto subjetivo, por la relación médico-paciente. Ambos aspectos incluyen de forma sustancial a la definición clásica del término: "Clínico: a) Se designa con él la parte práctica de la medicina, o sea su aplicación al tratamiento de enfermos";5 que se amplía a un diálogo bidireccional entre los agentes implicados en la práctica médica: enfermedad, sujeto que la padece y médico que la trata. La objetivación de la enfermedad aparece como una necesidad del sujeto en el proceso de comprensión de su nuevo estado de "enfermo".
El nombre de la enfermedad implica el descubrimiento de su causa y de su origen, y marca el inicio de la demanda -del enfermo a su médico- para su resolución. Sin embargo, la faceta "orgánica" u objetiva de la enfermedad se expresa, habitualmente, a partir de la más subjetiva de las sensaciones: el dolor. Pero no hay contradicción alguna en este punto sino que, por el contrario, confirma lo que sostenemos en este estudio: que la noción de "diálogo" entre objetividad y subjetividad encuentra en el dolor su encrucijada. El dolor, en sus dos formas, como "malestar corporal" o como mera "angustia" (el malestar indeterminable a nivel físico), es el síntoma esencial de toda enfermedad, lo que el individuo sufre, padece; es decir, lo que lo transforma en paciente-enfermo. No existe requerimiento más desesperado por parte del enfermo hacia su médico que el de la supresión del dolor. Así, la objetivación de este dolor por parte del médico en el contexto de la subjetividad de su relación con el paciente constituye el cierre del ciclo orgánico-relacional del rasgo clínico de la enfermedad. Rasgo dialógico que, como vemos, implica una dinámica entre dos extremos no opuestos sino continuos. Esta continuidad de lo subjetivo en la objetividad y de lo objetivo en la subjetividad está dada por el dolor, que adquiere su carácter de nexo, tanto como síntoma de una determinada anomalía orgánica como en su necesidad de "lectura" y resolución por parte del médico. Esto nos ubica frente a nuestro próximo desafío: la descripción del ámbito en el que se desarrollará ese intento por mitigar el dolor. Este ámbito no puede ser otro que el que se circunscribe a partir de la relación médicopaciente, el extremo subjetivo del rasgo clínico.
Pocos aspectos de la medicina han sido tan tratados y con tanta profundidad como esta relación. Al respecto, puede decirse que han alternado dos paradigmas éticos claramente diferenciados: el que dominara la práctica médica hasta mediados del siglo XX, centrado en el médico y basado en una radical asimetría entre éste y su paciente; y el que lo reemplazara, con su acento puesto en la autonomía del paciente y basado en un modelo contractual que involucra a ambos agentes. En este último, médico y enfermo comparten -idealmente- la autoridad y la responsabilidad médica.
Las críticas actuales apuntan al lugar sobredimensionado que adquiere el concepto de autonomía del paciente, derivado de la percepción de la persona enferma como socialmente aislada y desencarnada.6 Por lo tanto, todo intento de análisis de la relación debería centrarse, tanto en las posiciones de ambos participantes como en el discurso que la rige. La imposibilidad del médico de actuar como un observador ético imparcial y el riesgo de malinterpretación del discurso por parte de los agentes impiden, desde el inicio, una lectura unicista de la relación.
Nos preguntaremos entonces, cuál es la posición del médico y cuál la del enfermo dentro de esa articulación que postuláramos como responsable del éxito de cualquier tratamiento, ya sea de tipo curativo o paliativo. En general, la enfermedad comprendida como alteración biológica por el médico es vivenciada por quien la padece como un acontecimiento psicológico y social. La distorsión entre ambas ópticas es insalvable en tanto el médico no emprenda el giro valorativo que implica la concepción del paciente como un individuo humano y no como un cuerpo en deterioro. Giro que, por otra parte, ocurre de manera espontánea cuando el médico es el que asume la posición de enfermo. Aquí, su rol de médico se ve desplazado en la dirección contraria: "los intercambios entre el pensamiento científico y el no científico se efectúan en ambos sentidos",7 la relación médico-paciente es la resultante directa del compromiso establecido por ambos integrantes desde sus ópticas particulares.
Finalmente, también en el nivel discursivo de la relación se refleja la dicotomía sobre las percepciones de la enfermedad. Mientras que el enfermo se vale de imágenes y resabios del lenguaje científico previamente tamizados por la cultura popular, el médico parte de un cientificismo estricto y desarrolla un proceso de simplificación y metaforización de los conceptos, que son comprendidos por el paciente de forma personal y en la mayoría de los casos, caótica. El diálogo transcurre así a través de una trama de significación y resignificación conceptual que distorsiona la relación discursiva bidireccional.
Sin embargo, no todo es desentendimiento y diferencia en este "ir y venir" entre médico y sujeto enfermo. La convergencia entre ambos espectros se produce en un nivel superior que permite la existencia y el funcionamiento -aunque imperfecto- de la relación: el del modelo biofísico de la enfermedad. Y suscribimos el modelo biofísico en la medida en que consideramos a la enfermedad como un "problema" que afecta sólo al cuerpo que lo padece. Cuerpo y no persona: el sujeto como recipiente de una causa patológica -exógena o endógena- de resolución puramente entrópica. Quizás, sea ésta una visión extremista o demasiado desesperanzada, pero es un correlato seguro de la tendencia dominante en la medicina científica contemporánea y en el inconsciente colectivo de los pacientes. Como lúcidamente Laplantine nota , el discurso biomédico prevalece en la construcción del particular lenguaje que constituye la relación paciente-enfermedad-médico. Tanto en el dominio de la epidemiología como en el del diagnóstico, la cuantificación (la administración de la prueba mediante la medida) es comprendida por nuestra sociedad como criterio de validez o falsedad. En el ámbito de la medicina no existe sitio alguno para las dimensiones conceptuales accesorias: la dimensión es única e irremplazable, incuestionable. La serie de representaciones que conforman el modelo biomédico dentro de nuestra cultura (occidental, cristiana y contemporánea) se rigen mayoritariamente por la antinomia etiología-terapéutica, en donde la primera debe encontrar -en todos los casos- una opción de la segunda. No importa cuál sea el rol del agente en ese diálogo que se establece a partir de la enfermedad entre médico y paciente, ambos se encuadran dentro de la misma concepción paradigmática, colaboran en su extensión a toda la sociedad y la fortalecen a través de las épocas: se trata de un cuerpo enfermo, de un mero organismo fisiológico, que disfunciona y debe ser reparado por la ciencia.

El rasgo metafórico

La metáfora atraviesa la enfermedad. Y esto sucede siempre, en todo tipo de patologías: graves, leves, crónicas o agudas. Su carácter es tanto positivo como negativo y permite la estructuración de simbolizaciones que pueden orientar al sujeto a una reformulación favorable de su enfermedad, como se ha comprobado en diversos estudios con pacientes portadores de VIH o enfermos de cáncer, 8,9 pero habitualmente la configuran de una forma oscura. Todo enfermo conoce la angustia que implica sentirse un poco más cerca de la muerte. Eso es lo que significa, en definitiva, el "sentirse enfermo": el inicio de un camino que, en menor o mayor medida, de forma más rápida o más lenta, conduce directamente al fin de la existencia. Podría argumentarse que infinidad de enfermedades o heridas de carácter leve quedan al margen de nuestras disquisiciones.
Sin embargo, podríamos preguntarnos ¿qué otra cosa significan el temor o la sensación de malestar -así sean mínimos- que experimentamos en cada uno de los casos anteriores, sino la certeza de que estamos "un poco menos vivos" que en los instantes previos al padecimiento? En tanto campo de acción de la metáfora muerte-castigo-culpabilidadrechazo, la enfermedad la resignifica más allá de su capacidad de dar a ciertas cosas los nombres de otras cosas.10 Dicha relación metáfora-enfermedad inicia su construcción a partir del individuo enfermo y desde éste se desplaza al resto de la sociedad, que la abastece de una compleja red y la restituye al individuo de la forma más nociva: la de la extrañeza y el rechazo.
Es por esto que la metáfora merece incluirse como uno de los rasgos constitutivos básicos de la identidad del sujeto enfermo. Presenta múltiples formas, algunas contemporáneas, otras sucesivas, pero siempre socava un relato de la enfermedad que, como ya hemos visto, se halla herido por diver sas armas. A continuación, se describen las formas metafóricas más comunes:*
1. La enfermedad como castigo: desde la literatura presocrática hasta nuestros días, la enfermedad ha sido considerada como pena o sanción: tanto en la forma de posesión demoníaca o de acción de agentes naturales (en la antigüedad) como en la de consecuencia de una vida malsana (en la actualidad cristiana: alcohólicos, fumadores, promiscuos). En todos los casos, los comportamientos considerados como "peligrosos" conllevan el "pago" posterior con la moneda salud: la enfermedad es justa pena por la trasgresión cometida.
2. La enfermedad como expresión del carácter: el enfermo es quien "crea" a la enfermedad, es la víctima la que modela el mundo de manera enfermante. Se destacan la característica mental de la patología y la "voluntad" del sujeto para enfermarse. Es el enfermo quien, al no expresar sus emociones -al "reprimirse"- favorece el "crecimiento" de la enfermedad dentro suyo.
3. La enfermedad como insulto: el "ser enfermo" es sinónimo de trastorno mental o de perversidad. Una situación es "enfermante" o "enfermiza" cuando se vuelve intolerable. La metáfora gana en agresividad y virulencia.
4. La enfermedad como muerte: la enfermedad deja de ser parte posible de la vida. Se delimita la contraposición vida-muerte/enfermedad, un ámbito donde convivir con la enfermedad es sentirse muerto.
5. La enfermedad como guerra: el sujeto enfermo se constituye en un mero "campo de batalla" en el que se desarrolla el combate entre el agente patógeno (el agresor) y el sistema inmunitario (o las defensas) del paciente. Es por esto que, en el caso de enfermedades como el SIDA que afectan fundamentalmente al sistema inmunitario, la batalla ya se considere como perdida desde su inicio. Como en un relato de ciencia ficción, el "invasor" toma posesión del cuerpo y lo somete a su antojo.
Así, la metaforización de la enfermedad (en cualquiera de sus formas) entraña un rasgo decisivo en la construcción identitaria de quien la padece. La estigmatización que implica tanto a nivel social como individual no hace más que continuar el proceso de debilitamiento de la identidad y la acentuación de la vulnerabilidad del sujeto. Éste queda inmerso en un mundo fantástico que no representa de manera alguna la realidad de su estado: factor esencial en la imposibilidad de resolver los temores y las angustias que conlleva el sentirse enfermo y, al mismo tiempo, un extraño en el propio relato.

El rasgo tecnológico

Con la aparición de las tecnociencias y la disolución del principio de separación entre "técnica" (en tanto ciencia aplicada o conocimiento del hacer) y ciencia, el desarrollo de las técnicas biológicas o biotecnologías aparece como el resultado de un proceso lógico que incluye, como especificación de las anteriores, a las tecnociencias biomédicas. Éste es el marco ideal para la naturalización de la diferencia antropológica (el hombre como un mero "componente natural" más), causa directa de la modificación del objeto de estudio y acción de la tecnociencia. La transición sujeto-objeto se produce naturalmente: ya no hay un hombre (sujeto) que observa y actúa-domina a un objeto inanimado de la naturaleza, sino que ahora es ese sujeto el que se vuelve objeto de acción por parte del hombre mismo. La tecnología orgánica asume entonces como su objeto de dominio al que es su propio productor; se inicia así una nueva etapa en la que el hombre es abordado no sólo como sujeto, sino también como "complejo biofísico contingente y modificable en su genoma, su cuerpo o su cerebro, desde la concepción hasta la muerte, pasando por los procesos de la senescencia".11
Quizás, el ámbito del accionar médico sea el plano donde estas características se expresan de manera más notoria. "Hay que observar que para el médico la materia en la que ejerce su arte, la que "elabora", es en sí misma el fin último: el organismo humano vivo como objeto de sí mismo. El paciente, ese organismo, es el alfa y omega en la estructura del tratamiento".12 Es claro que esto implica la necesaria identificación por parte del médico con el mismo objeto de su acción en el arte de curar. Esta premisa que inicialmente puede sugerirse como evidente, adquiere aún mayor importancia si se tiene en cuenta que la salud sólo se convierte en "fin" en presencia de la enfermedad. Es decir, en ningún caso la salud es un objetivo por sí misma en ausencia de la anterior. Esto replantea una vez más la relevancia del carácter de enfermo en la construcción, no sólo de la relación médico-paciente sino de los cimientos mismos de toda técnica biomédica. Así, el trato del médico con su objetivo en tanto igual lo coloca en una posición inédita con respecto a la historia de la técnica, que lo conmina a un accionar centrado en la intencionalidad ética y responsable.
Al respecto, es revelador el pensamiento de Hans Jonas acerca de la medicina: "con la meta inequívoca de la lucha contra la enfermedad, la curación y el alivio, se ha mantenido hasta ahora éticamente incuestionable y expuesta tan sólo a la duda de su capacidad en cada momento. Pero hoy, con medios de poder enteramente nuevos - su parte de ganancia en el progreso general científico- técnico-, puede plantearse objetivos que escapan a esa incuestionable beneficencia; incluso puede perseguir sus fines tradicionales con métodos que despiertan la duda ética".13 Debe ser clara la percepción del médico respecto del carácter de ese ejercicio del poder humano que significa su participación de la técnica biológica y acerca del constante riesgo de automatización que su aplicación conlleva, que no puede separarse en ningún caso de la acción colectiva. De esta manera, su expansión se propone como probablemente desmesurada y carente de control, y ubica a la actividad médica en la contradicción que supone la ampliación de su campo de acción y la limitación de sus recursos materiales. En este contexto, el sujeto enfermo no puede menos que verse incluido en una dinámica sobre la que no posee control alguno pero que se centra en su persona y su enfermedad: se reitera su impedimento para la delimitación de un espacio propio, de un relato que lo tenga no sólo como actor sino también como autor. De allí la relevancia que se le otorga aquí al rasgo tecnológico, al que consideramos -al igual que a los rasgos clínico y metafórico- como uno de los responsables de las lesiones que modifican desde el mismo contacto inicial entre el sujeto y su enfermedad, la posibilidad de una construcción voluntaria de su identidad narrativa.

La cuestión del otro en el sujeto enfermo
Dentro del paradigma biomédico previamente descripto, en el cual el modelo etiológico-terapéutico se sostiene en causales de enfermedad de origen ontológico, exógeno o maléfico, la cuestión del otro y de la alteridad se afirma como prioritaria en la adecuada comprensión del relato de identidad de la persona enferma. No existe aquí intención de resumir el tratamiento teórico que esta cuestión ha recibido por parte de la filosofía, dado que la comprendemos como una estructura compleja dentro de la cual se entretejen infinidad de conceptos metafísicos, gnoseológicos y éticos. El enfoque recae entonces sobre aquellas particularidades que se evidencian exclusivamente en el contexto de la relación individuo-enfermedad-sociedad, con especial centro sobre el enfermo en tanto díada sujeto-cuerpo y sobre la sociedad en cuanto incluyente del mundo médico.
Comprendida la enfermedad por la cultura occidental como afectación por un elemento extraño y hostil a quien la padece (enfermedades infecciosas, excesos de consumo, estrés, etc.), la otredad se instala a partir de la afirmación de esa introducción (de un otro en mí) con un fin patológico determinado. Esta concepción de la "enfermedad como un otro" es la primera de las formas en que la alteridad extiende su problemática a la de la identidad del enfermo, y da origen a la segunda forma, íntimamente relacionada con ésta: la del "enfermo como un otro". Es evidente que ante la aceptación de una enfermedad cuya patogenia es eminentemente exógena respecto del individuo, su tratamiento también se efectuará de manera pura y exclusivamente externa. Esto implica la no participación del enfermo en el proceso de curación y el necesario requerimiento de un otro encargado de llevarlo a cabo: el médico. Como producto del modelo médico teórico causalistamecanicista imperante, las dos primeras formas de la otredad eluden las características sociales, históricas y culturales que toda interrelación entre paciente, enfermedad y médico presenta. Así, la enfermedad considerada como alteridad expresa el hecho de ese sentirse otro que el sujeto enfermo padece respecto a las normas vigentes en su propia sociedad.
La tercera forma de otredad se reduce al propio cuerpo del enfermo. Como vimos, en nuestra sociedad la patología no se comprende como una conmoción del individuo en su totalidad, sino sólo como una afección de su cuerpo o, incluso, de una determinada parte suya. Así, el cuerpo es experimentado como un otro: no se enferma el sujeto, es su organismo el que ha enfermado.

Enfermedad y exclusión
Este atravesamiento por la otredad -en sus tres formas de la enfermedad, la sociedad y el cuerpo- que el enfermo sufre durante su padecimiento, es uno de los componentes sustanciales de los rasgos constitutivos que delineáramos previamente. La cuestión del otro se vislumbra constantemente en el marco de la relación médico-paciente (u otro-sí mismo), ya sea en la metáfora social acerca del otro enfermo o en la aplicación reparadora de las tecnologías sobre el cuerpo disfuncional.
El sujeto enfermo es un extraño respecto de sí mismo, de la sociedad en la que vive y de su estado de paciente. Y esta extrañeza se desdobla en rechazo y exclusión por parte de su mundo externo, es decir, la sociedad en pleno. El hecho de que la medida de la normalidad se ubique del lado de la sociedad no enferma evita la inclusión de todos los afectados por alguna de las enfermedades graves o crónicas -es decir, de una anormalidad extrema- en aquel "campo de aparición" esencial para la existencia humana en tanto individualidad explícita y no mera "cosa viva o inanimada": la exclusión, el aislamiento, imposibilitan la acción humana14 y degradan al sujeto en su mismidad. Es absolutamente comprensible que en una sociedad que percibe a la enfermedad como "aberración" biológica, psicológica, social, política y económica, sean los enfermos quienes deban cargar con el peso de la culpa por la anormalidad que representan.
Este es el corolario del minucioso "proceso de distinción y distanciamiento"15 que la propia sociedad lleva a cabo: la creación de un grupo de exclusión dentro del cual las historias de vida de sus participantes parecerían no formar parte de las de nadie más. Queda expuesta una vez más la dificultad para construir un relato propio por parte del enfermo que refleje la adecuada conjunción entre agentes y pacientes, y trasunte la capacidad para formar parte del mundo que lo rodea.

CONCLUSIONES

El sujeto moral frágil
Durante la progresión de este trabajo se recorrieron los diferentes factores actuantes en la formación de una identidad debilitadora del sujeto enfermo. Desde una aproximación filosófica y social se describieron, inicialmente, las características del concepto enfermedad para luego identificar como narración o relato de una historia de vida al proceso por el que una identidad se va construyendo. En el caso del individuo sufriente de una enfermedad, se desarrollaron ciertos rasgos constitutivos comunes: la clínica, la metáfora y la técnica en tanto limitantes de la acción e identificación del sujeto y propiciadoras de una concepción sociocultural errónea y nociva de la enfermedad.
Finalmente se evidenció cómo esa alteridad resultante de la particular edificación identitaria del sujeto enfermo resultaba en su exclusión del campo de aparición, a partir de un complejo proceso de distanciamiento y distinción del resto de la sociedad, lo que permitió evidenciar cuán lejos se está aún de la concepción de ese otro en tanto poseedor de una historia, una identidad y una construcción afectivo-emocional singulares.
Cabe entonces preguntarse ¿cuál es el resultado de este curso de acontecimientos y simbolismos que recaen sobre el sujeto desde su contacto inicial con la enfermedad? ¿Y qué respuesta puede dar la filosofía práctica desde la ética para contrarrestar sus efectos? En la respuesta a la primera pregunta se halla implícita la revelación de la segunda: es el sujeto moral frágil el producto final de este proceso. Este sujeto que por su afección plantea la cuestión de su nueva identidad desde su reivindicación o su rechazo, hecho este último que sucede en la gran mayoría de los casos, se ubica en el marco de un gran malentendido entre su demanda y su experiencia de la enfermedad por un lado y la visión que de ella tienen todos los que no la padecen (incluido el médico tratante) por otro.
Así, la exclusión es vivida como desocialización y la subjetivación del sufrimiento como des-realización.16 Este otro excluido es el otro del "nopoder", ese otro que no posee poder de decir, poder de obrar ni de construir de manera coherente su propia historia de vida desde la enfermedad que lo aqueja.17 La comprensión de la enfermedad como sujeto de angustia para el ser humano y el reconocimiento de la vulnerabilidad intrínseca que el fenómeno vida conlleva, tal vez sean las mejores armas que la filosofía pueda esgrimir en el intento por revertir la metáfora generalizada acerca de la enfermedad.
¿Es posible pensar al sujeto enfermo como poseedor de una verdadera individualidad libre? Es precisamente a la afirmación de ese interrogante a la que deben dirigirse todas nuestras intenciones analíticas. El no desconocimiento de la enfermedad como "un aspecto insoslayable, importante y constitutivo de la condición humana y el reverso obligado de la salud"18 y como una de las formas específicas de vulnerabilidad, es el punto de partida de toda crítica al modelo tradicional del sujeto de la bioética.
Este reconocimiento de la diferencia debe ser la afirmación de un "nosotros" social, cuya fuerza se sostiene en la solidaridad que implica la disposición a reconocer aquello que "resuena" dentro de cada uno de los individuos (es decir, la experiencia de la enfermedad) ante la presencia de eso mismo en otros seres humanos. La amistad, el amor y el cuidado son las normas que nos deben guiar en el tratamiento y la inclusión del otro, del enfermo, del vulnerable: de ese sujeto moral frágil cuya posibilidad de conformación de una identidad narrativa se determina en contradicción pura con sus intereses.

Notas

* Modificado de Sontag S. La enfermedad y sus metáforas.
Madrid, Taurus 2003.

BIBLIOGRAFÍA

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5. Moliner M. Diccionario de uso del español. Madrid: Gredos, 1998;1.

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10. Sontag S. La enfermedad y sus metáforas. El SIDA y sus metáforas. Madrid: Taurus, 2003;93.

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12. Jonas H. Técnica, medicina y ética. Buenos Aires-Barcelona: Paidós, 1997;99.

13. Jonas H. Técnica, medicina y ética. 1a ed. Buenos Aires- Barcelona: Paidós, 1997;13

14. Arendt H. La condición humana. Buenos Aires: Paidós, 2003;221.

15. Laplantine F. La antropología de la enfermedad. Buenos Aires: Eds. del Sol, 1999;248.

16. Laplantine F. La antropología de la enfermedad. Buenos Aires: Eds. del Sol, 1999;255-256.

17. Ricoeur P. Séptimo estudio. El sí y la intencionalidad ética. En: Sí mismo como otro. Madrid: Siglo XXI Eds., 1996;108.

18. Bonilla A. ¿Quién es el Sujeto de la Bioética? Reflexiones sobre la vulnerabilidad. En: Losoviz AI, Vidal DA, Bonilla A, Bioética y salud mental. Intersecciones y dilemas. Buenos Aires: Akadia, 2006;73-88.

lunes, 16 de abril de 2012

CRISIS EN EL HOSPITAL DEL TORAX

Un hombre de 47 años llega al Instituto Nacional del Tórax (INT). El diagnóstico no tarda: infarto agudo al miocardio. Deben operarlo. Pero no hay ni pabellón ni salas UCI por remodelación. Lo que hay es un oneroso convenio con la Clínica Dávila para recibir a los pacientes del INT. Lo firmó el director del INT y establece que sólo dos cirujanos del INT -que también son del staff de la Dávila- pueden operar. 48 horas después, al recién operado del corazón lo regresan al INT. No está en condiciones. Pero así dice el convenio. Días después, el 26 de marzo, fallece. Es una de las víctimas de una gestión bajo serio cuestionamiento.

Orlando González Anabalón llegó el jueves 8 de marzo a media mañana al Hospital del Salvador. El intenso dolor toráxico que había comenzado a sentir esa madrugada le seguía martillando cada vez con mayor intensidad. Para los médicos que lo evaluaron, no había duda: este hombre de 47 años presentaba un principio de infarto. Había que actuar con celeridad. Lo derivaron al hospital público con los profesionales de mayor experiencia en este tipo de patologías: el Instituto Nacional del Tórax (INT).

Sin embargo, la tranquilidad que le dieron los profesionales del Hospital del Salvador a Orlando González y a su familia, de estar siendo derivado a un establecimiento hospitalario público con los mejores especialistas para el problema que le aquejaba, demostró en las horas siguientes no tener sustento. Algo extraño estaba pasando en el Instituto Nacional del Tórax. Una situación que no estaba en conocimiento de los profesionales del Hospital del Salvador. Tampoco de Orlando González y su familia.

Hacia varios meses que por problemas administrativos y de gestión interna, la eficiencia del hospital al que llegó Orlando González estaba fallando. Y el paciente que ingresó ese 8 de marzo con diagnóstico de principio de infarto pasaría a ser una víctima de esos problemas que ya amenazaban con estallar.

Apenas González llegó al Hospital del Tórax, fue estabilizado por los profesionales que se encontraban en ese momento de turno. Su reacción fue positiva. Pero una vez que se le diagnosticó un infarto agudo del miocardio, la decisión del equipo médico no tardó: el paciente debería pasar por el quirófano.

A inicios de este año, el Instituto Nacional del Tórax, gracias a un aumento de su presupuesto anual que le otorgó el Ministerio de Salud, decidió remodelar los pabellones quirúrgicos y la unidad de cuidados intensivos (UCI), entre otras dependencias. La noticia fue recibida con mucho entusiasmo por el equipo de profesionales que allí se desempeña y que realiza al año más de 2.000 cirugías y unos 30 transplantes. Había urgencia de mejores condiciones.

Poco duró la algarabía. Muy pronto comenzaron los problemas. Con trabajos en ejecución, ya no hubo ni pabellón ni sala UCI disponible, por lo que el Hospital del Tórax necesitó hacer un convenio con alguna clínica u hospital donde se pudieran realizar las cirugías que ya estaban agendadas para el 2012. Fue así como un grupo de siete cirujanos –de los nueve de planta que laboran en dicho establecimiento- comenzó a buscar la mejor alternativa de convenio para realizar las cirugías ya comprometidas y aquellas que surgieran mientras durasen las obras de remodelación en el hospital.

El trabajo fue acucioso y rápido. Las alternativas fueron presentadas a la subdirectora del hospital, la doctora Natalia Siervo (ver alternativas): la Clínica Tabancura y otra con el Hospital de Carabineros, DIPRECA. Allí figuraban los nombres de todos los profesionales -cirujanos y anestesistas del INT- para participar de las cirugías, con los respectivos precios que eso involucraba.

-Pero el tema ya había sido resuelto, a puertas cerradas, por el director del hospital, el doctor Carlos Deck, quien ni siquiera le informó al jefe del Servicio de Cirugía Cardiaca del hospital, el doctor Lorenzo Naranjo, el que se enteró del convenio con la Clínica Dávila un día antes de derivar al primer paciente que necesitó una intervención quirúrgica. Lo increíble es que se pagó más caro que lo establecido en las alternativas propuestas: $ 5.600.000, monto que no incluye oxigenadores ni dispositivos valvulares. Pero además, el director dejó afuera a la mayoría de los profesionales que trabajan en el INT, ya que el convenio solo incluía a dos de los nueve cirujanos, y a dos de los nueve anestesiólogos. Ese cúmulo de hechos inexplicables generó una gran desconfianza en el equipo –relató a CIPER, el doctor Luciano González, cuyo nombre sí estaba incluido en el convenio con la Clínica Dávila.

La elección de los dos anestesiólogos provocó otro remezón. Los dos profesionales trabajan además para una empresa externa al Instituto Nacional del Tórax que le vende servicios a la Clínica Dávila.

El 26 de febrero pasado, transcurrido apenas un mes del convenio del Hospital del Tórax con la Clínica Dávila, un mayoritario grupo de profesionales del establecimiento le envió una carta al doctor y diputado Marco Antonio Núñez Lozano, en su calidad de integrante de la Comisión de Salud de la Cámara de Diputados. Allí explican lo que a su juicio evidencia una evidente irregularidad:

“Este convenio especifica que solo 2 de los 9 cirujanos cardiacos del staff del INT pueden operar en la Clínica Dávila a los pacientes derivados del INT. Estos cirujanos serian el Dr. Eduardo Turner y el Dr. Mauricio Villavicencio, que son a su vez staff de la Clínica Dávila, agregándose además al Dr. Ernesto Larraín que no pertenece al INT. Estos cirujanos, a pesar de tener cargos de planta (Dr. Turner) y a contrata (Dr. Villavicencio) con honorarios públicos, en el caso de estos pacientes se habrían pactado pagos de honorarios privados por cada paciente por montos muy superiores a los que reciben en el INT”.

En otra parte del escrito agregan: “Además, como los doctores Turner y Villavicencio han operado y están operando en su horario funcionario, el doctor Deck les está gestionando un permiso administrativo sin goce de remuneraciones, pero hasta el 24 de febrero del presente aún no había sido firmado”.

La carta generó el oficio de fiscalización Nº5893 que el diputado Núñez envió al Ministerio de Salud con fecha 15 de marzo de 2012. Para entonces los problemas derivados de la remodelación y las decisiones adoptadas por el director del Instituto Nacional del Tórax, estaban colapsando no sólo las instalaciones sino también la garantía de buena atención a los pacientes que llegan al INT.

Fue precisamente lo que le ocurrió a Orlando González Anabalón, quien aterrizó de urgencia con su amenazante dolor al tórax en medio de estas discusiones internas y pérdidas de confianza del equipo. Una vez que se le diagnóstico infarto agudo al miocardio y la necesidad de practicarle una cirugía, lo que venía era claro: debía ser operado pero en la Clínica Dávila.

Según se relata en un documento de 53 páginas, firmado por 31 profesionales (29 médicos y dos enfermeros) del Instituto Nacional del Tórax, al inicio de la intervención quirúrgica, el paciente Orlando González presentó un paro cardiorrespiratorio, por lo que se debió suspender la operación, procediendo a instalarle un dispositivo de asistencia biventricular -que en palabras sencillas funciona como un corazón artificial transitorio- para posteriormente ser trasladado a la Unidad Coronaria de la misma Clínica Dávila.

Hasta allí todo funcionaba normalmente. El problema surgió cuando al cabo de 48 horas, habiéndose cumplido el tiempo estipulado en el convenio firmado por el director del INT y la Clínica Dávila, había que llevarse al paciente de la clínica. Y se hizo a pesar de que Orlando González no presentaba una buena evolución, un cuadro agravado porque en el Instituto Nacional del Tórax, hospital al que fue llevado de regreso, no tenían las mínimas condiciones para estabilizarlo.

El sábado 26 de marzo, pocos días después de su incomprensible traslado, Orlando González Anabalón falleció. Su deceso se produjo en el pabellón de la Clínica Dávila, ya que después de permanecer varios días en el INT, sin las condiciones necesarias para manejar las eventuales complicaciones de una operación de esa envergadura, tuvo que ser devuelto a la clínica para una nueva intervención. Ya era tarde.

Su muerte, la que los profesionales opinan que pudo haberse evitado con una adecuada atención, provocó una corriente de estupor e ira que en pocas horas invadió cada rincón del INT. De allí saldría el documento de 51 páginas que el 5 de abril, 31 profesionales del Hospital del Tórax le entregaron al ministro de Salud, Jaime Mañalich; al subsecretario de Salud, Luis Castillo; a las comisiones de Salud de la Cámara y el Senado; al Colegio Médico y a la doctora María Angélica Silva, directora del Servicio de Salud Metropolitano Oriente, bajo cuya dependencia está el Instituto Nacional del Tórax, entre otros destinatarios.

En el escrito se lee:

“La decisión de trasladar un paciente en las condiciones ya descritas constituye un acto de extremo riesgo y difícil de justificar dadas las siguientes condiciones:

1.- Gravedad del paciente y en asistencia biventricular (dependencia total de múltiples dispositivos, 2 bombas de asistencia circulatoria, ventilador mecánico, bombas de infusión continua, etc.).

2.- No contar con Pabellones en el INT para resolver cualquier complicación quirúrgica como sangramiento o malfuncionamiento de cánulas y/u otros dispositivos.

3.- No contar con la disponibilidad del médico responsable de la instalación y control del funcionamiento del dispositivo ni de su ayudante, quienes se encontraban fuera del país desde el día miércoles (21.03.12). Por otra parte, la jefatura de Servicio Cardioquirúrgico no disponía de la información en relación a quién era el médico a cargo del paciente. Adjuntamos correos electrónicos del jefe subrogante de Cardiocirugía del INT con el director del INT donde se le consulta a este último sobre la forma de accionar en caso de alguna complicación.

4- No contar con convenio firmado con anestesiólogos, cardiocirujanos, enfermeros perfusionistas y técnicos paramédicos para servicios fuera de horario (Urgencias cardíacas, reoperaciones y trasplante cardíaco/pulmonar).

Creemos que decisiones como esta implican riesgos a los cuales no debiéramos exponer a nuestros pacientes puesto que no existen razones médicas que la justifiquen o avalen”.

CONTAGIO CON ASPERGILOSISEntre los firmantes figura la jefa de anestesiólogos del Instituto Nacional del Tórax, la doctora Mariana Varas:

-Si bien el paciente Orlando González estaba en un estado crítico, y uno nunca sabe en qué puede terminar un caso así, está claro que trasladarlo en ese estado desde la Clínica Dávila, por un interés claramente reñido con la ética médica, fue nefasto. Nos dejó a todos los profesionales que trabajamos en el INT en una pésima situación: no teníamos ni pabellón ni sala UCI en condiciones para recibir un paciente en esas condiciones.

Para la doctora Varas este no es el único problema que ha hecho estallar la protesta al interior del INT. A ella le tocó personalmente enfrentar un grave contagio de cuatro pacientes con Aspergilosis, una enfermedad provocada por distintos tipo de hongos, situación que “de todas maneras también podría y debería haberse evitado”. Este fue su relato:

-EL 14 de diciembre pasado, nos encontrábamos haciendo un transplante de pulmón al paciente J. P., y cuando salgo al hall de ingreso del área de Pabellón-UCI, me encuentro con una persona vestida de overol y con una paleta en su mano raspando la pared. Me quedé estupefacta, pues es algo que está totalmente prohibido hacer en un lugar donde estás tratando a pacientes con patologías respiratorias complejas. Le dije que parara inmediatamente, que yo era la jefa del Servicio de Pabellón y que eso estaba prohibido. Ahora, para que entendamos el problema, lo que ese hombre estaba haciendo no se debería haber hecho ni ahí ni en ninguna dependencia del hospital, ya que por la condición de estos pacientes, son muy propensos a adquirir la enfermedad (Aspergilosis), que incluso puede llevarlos a la muerte. Le informe de esto inmediatamente a la infectóloga del INT, quien a su vez está a cargo del Comité de Infecciones Intrahospitalarias del INT, y con su ayuda se logró que los hombres dejaran de pintar en el hall del piso del pabellón, pero siguieron en otras dependencias del hospital.

Debido al origen de la Aspergilosis (provocada por hongos), están prohibidos los trabajos de cualquier tipo en aquellos lugares donde se encuentran pacientes con problemas respiratorios, que son precisamente aquellas personas que han sido sometidas a trasplantes y cirugía cardíaca. Sin embargo, en el Instituto Nacional del Tórax los trabajos de pintura continuaron tanto en la sala UCI como en la de cuidados intermedios, lo que terminó con cuatro pacientes contagiados. Uno de ellos con un cuadro clínico grave.

-Si bien la intención del programa, que se dio a conocer con el nombre “Mi Hospital se Pone a Punto”, tenía el excelente propósito de mejorar las condiciones del hospital, una vez más la ejecución fue inoportuna. Y ello porque antes de comenzar los trabajos se debió haber trasladado a todos los pacientes a otro recinto hospitalario. O no realizar trasplantes o cirugías de alto riesgo, procedimientos que hacemos todos los días, en el período en que se hicieron la pintura y las reparaciones. Al final, esto redundó en el contagio de cuatro pacientes –reflexiona la doctora Mariana Varas.

En el documento que los 31 profesionales del Instituto Nacional del Torax le entregaron al ministro Mañalich, se agrega un nuevo antecedente sobre el contagio de los cuatro pacientes con Aspergilosis: la infección y el contagio fueron ocultados al Ministerio de Salud, a pesar de que por norma ministerial todo brote epidemiológico debe ser notificado. Con ello se vulneró las normas estipuladas en una circular -“Las Normas para la prevención de infecciones asociadas a modificaciones estructurales y otras actividades que generan polvo ambiental en establecimientos hospitalarios”- enviada por la autoridad sanitaria sólo siete meses antes (2 de mayo del 2011). (Ver documento) y que establece que la notificación le corresponde a la dirección del establecimiento de salud.

La situación de los cuatro pacientes del INT contagiados con Aspergilosis, tiene también su propia historia. Además del costo asociado al tratamiento que debió asumir el hospital, a los cuatro el contagio les significó complicaciones de salud que prolongaron su estadía en el INT. Por ejemplo, M.S. pasó 12 días en el hospital antes que le dieran el alta. En cuanto a J. P., la persona que estaba siendo sometida a un transplante de pulmón en el mismo momento que a pocos metros se encontraba un maestro con overol raspando la pared, aún se encuentra conectado a un respirador artificial en el cuarto piso del hospital, en la sala de Cuidados Intermedios, y sin fecha de alta.

CIPER se comunicó con tres de los cuatro contagiados y ninguno de ellos tenía conocimiento del contagio de Aspergilosis del que fueron víctimas por los errores cometidos en la dirección del Instituto Nacional del Tórax.

8 comentarios ¿Tienes algo que aportar?
Arturo AguileraAbr, 12 En el escrito que se le hizo llegar al ministro falta un punto 5. "Paciente es un ciudadano común promedio, carece de influencias y dinero", osea el 98% de los chilenos. Linda salud nos espera ...haaa y ojo hay que investigar al doctorcito que es director que parece que algo le debe haber quedado en la "pasada".
rony figueroaAbr, 12 no ponga principio de infarto...eso no existe...si es periodismo acesorese.
Rodrigo Soto BesoainAbr, 12 Muy interesante reportaje, lo mas interesante es que este es el mismo "modus operandi" que utilizo por 10 años, salvecor con el Hospital Luis Calvo Mackenna, a vista y paciencia de todo el mundo, exactamente el mismo, sin cambiar una coma, la diferencia es que nadie tuvo el valor de denunciar las irregularidades que se cometieron. Seria mas interesante aun que alguien investigue esto y que se investigue en que esta salvecor hoy en dia.
victoriaAbr, 13 Y de qué se sorprenden, ese es el sistema en que vivimos, donde lo relevante es cuanto se va a ganar,no cuantos pacientes hay que salvar, son un simple instrumento del negocio, si muere da lo mismo, que vengo otro.
igorAbr, 13 uff y no que eramos un pais camino al desarrollo? jajaja mis polainas! tengo miedo de enfermarme por que podria morir en un hospital! triste :(
Pablo MoralesAbr, 13 A mi madre, en Enero 2012 le fué diagnosticado un adenocarcinoma pulmonar de 8 cms en el INT, como dijo el médico tratante, del tamaño de una pelota de tenis y que debía ser tratado a la brevedad. Afortunadamente, no presentaba metástasis luego de hacerle una mediatisnoscopia (en Hospital Neurológico, según convenio con INT nos indicaron), por lo que podía ser sometida a cirujía de acuerdo a la conclusión de la Junta Médica en INT. Fué internada en el mes de Febrero para hacerle los últimos exámenes con el fin de verificar si podía soportar una operación que involucrara una extirpación total del pulmón izquierdo, o en el mejor de los casos, una extirpación del lóbulo superior del pulmón. Todo indicaba que soportaba la operación y sólo restaba esperar que los pabellones de cirujía fueran entregados después de la remodelación. Pasó 1 semana y media internada de espera, y tuvieron que "darla de alta" porque mi madre tuvo una "baja de defensas" por estar hospitalizada, lo que le provocó herpes, resfriado y baja de peso sostenido. Desde ese fecha, finales de febrero, que mi madre está esperando que la llamen para someterla a cirujía, llama todos los días al INT, pero aún está en lista de espera en el 6º lugar de urgencia por lo que indican. Tuvo que ir nuevamente al médico tratante y le indicó que por el tiempo que ha transcurrido (4 meses aprox.), tenia que evaluarla nuevamente porque el tumor pudo haberse expandido y/o haber hecho metástasis. En el INT, indican a los pacientes que hay un "problema con los anestesiólogos" y por eso está todo detenido. Y ahora me entero el tremendo escándalo que existe y mi madre, cada día que pasa, aumenta el riesgo de metástasis, si es que ya no tiene. Siendo que pudieron haberla sometido a cirujía en Febrero y ya tener nuestra preocupación y dolor, y a ella misma ya en proceso de sostenida mejoría. Puedo decir, que si algo malo le sucede a mi madre, me encargaré personalemente de hacer pagar al INT todos los problemas acarreados por la demora burocrática y de intereses personales de medicos del INT y su directiva.
Jacqueline Barra M.Abr, 13 Me parece que ya vasta de estar tapando situaciones como esta que afectan a personas, se esta jugando con vidas humanas, me pregunto por que el Ministro de Salud el señor Manalich no puede dar solucion a estos problemas.En realidad me da pena que tanto los Senadores y Diputados tengan tanta cobertura periodistica tanto escrita como TV, por un aumento de $2.000.000, y esto no lo dan a conocer,donde esta la comprension , la humanidad para un ciudadano comun y corriente. VIVA CHILE
Alicia AzócarAbr, 14 Ya es común leer y escuchar estas irregularidades, todos se están llevando el país para sus propios bolsillos, y el pobre sufre y muere. Que injusticia,¿no está prohibida la pena de muerte?, Las personas sin recursos si se enferman están condenadas a morir, y ya no nos sorprende.Los Doctores salvo honrosas excepciones estudian "solo para ganar plata", los que reclaman en el reportaje alomejor lo hacen solo porque quedaron fuera y no pueden ganar doble sueldo. El sistema en salud está agonizando y la mayoría de los funcionarios se aprovechan, y los Humildes pacientes pagan las consecuencias con sufrimiento, muerte y dolor de los familiares
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